martes, 15 de julio de 2008

El observador ingenioso

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)

Es la primera vez que tengo un problema de este tipo al catalogar un espécimen de este lugar. Por una parte me pareció un sagaz observador. No en vano llevaba varias semanas sin bajar del alcornoque que hay justo enfrente de la verja, al otro lado del camino, observando quien entraba y quien salía. Por eso en principio pensé que era un observador, pero al discurrir de su intervención, me di cuenta de que era más ingenioso que observador. Al menos eso deduje yo. Sé que esto puede acarrearme una nota negativa en mi tesis, pero no puedo faltar a la verdad ni un ápice, por lo que no tengo más remedio que asimilarlo como doble.

También fue la primera, y única, vez que deslinqué el monio delante de un nativo, aunque tampoco se percató mucho según contaré después.

Como digo, pensé que era un observador nato, pero cuando a los doce días de estar sobre el alcornoque, me acerqué hasta él para sugerirle que entrara conmigo hasta el lugar de las piedras. No se percató en absoluto de mi presencia. De hecho me auftaljé con el alcornoque durante un día y medio sin que él se percatara del asunto.

Lo cierto es que rayando las dos semanas volví hasta él y le hice señas para que bajara.

Media melena que no paraba de atusar mesándosela con ambas manos, ojos saltones pero inteligentes, nariz pequeña, cuerpo más bien orondo, ropa de marca, y una uña de la mano derecha extrañamente larga.
- Buenos días - me dijo, pues fui a por él por la mañana.
-Buenos días - le contesté. - Está aquí quizás por el anuncio?
- Lógicamente, usted ha puesto en el anuncio que necesitaba un observador. Por eso llevo un tiempo en este alcornoque para observarlo todo. Ya sabe - en este momento soltó una risotada que seguro se oyó en el Nasdivia - “A buen observador pocas palabras bastan”.

En este momento fue cuando no supe si realmente era observador o simplemente un ingenioso, puesto que el refrán lo conocía y no era así. De cualquier modo lo invité a entrar.

No se hizo de rogar. Ya, desde la verja hasta las piedras, fue hablando y hablando sobre las últimas noticias del periódico y sobre reyes y sobre historia y sobre literatura y sobre filosofía.
Nos sentamos.

- De verdad, ha hecho usted muy bien en venir a este pueblo. En realidad encierra una historia realmente rica desde su fundación hasta nuestros tiempos. No en vano los tartesos habitaron estas planicies.

- ¡Oye, que bonito! - Dijo mientas se levantaba y admiraba una lámpara de aceite que colgaba de la fachada de la casa. - Es eminentemente sefardí. Muy original.

Se atrancaba al hablar de vez en cuando, más de vez que de en cuando. Vino sin parar de hablar y de reír con aquella risa que lo llenaba todo hasta su piedra mesandose la cabellera a cada momento. Comenzó a gritar cada vez más, intuyo que para hacer más creíble lo que contaba, que desgraciadamente no puedo reproducir porque era de una erudición que se me escapa. Lo que sí es cierto es que en un momento determinado, los ojos comenzaron a ponérseles rojos y sus movimientos eran cada vez más incontrolados. En ese momento sacó de alguna parte de su vestimenta un papelito que contenía un polvo blanco e hincó la uña en su seno oliéndolo fuertemente. Repitió el gesto y me acercó la uña. Entendí que era un ritual como el que pude observar en la captación de las ondas que emiten. Era una película. En esta, un indio sacaba una pipa y chupaba de ella, acto seguido se la ofrecía a su acompañante que llevaba un traje de chaqueta azul y sin mediar palabra chupaba también de ella. Todos se ponían muy contentos, así que decidí hacer lo mismo.

Nunca debí hacerlo. Jamás volví a hacerlo. La suerte que tuve es que este ser estaba tan imbuido de él mismo, que no se daba cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor. Comencé a deflectar[1] por las narices, como si un ser de este mundo tuviera un resfriado, hasta deflectar totalmente. Mis augnas comenzaron a trabajar impulsadas por el deseo de no remotenar[2] en alguna forma no conocida por mi interlocutor. Tuve mil auxpelsiones[3] distintas. Me encontré remotenado en un gnur[4] para dar paso después a un flagdom[5]. Cuando logré concentrarme en quien era al principio, comprobé que mi interlocutor seguía hablando como si nada hubiera ocurrido. Había salido indemne de la prueba. No en vano soy, creo, el alumno más avanzado de mi clase. Esto debería valer para algo. Nos despedimos sin que él parara de hablar y con la advertencia, que agradecí, de que volvería en otro momento. Y digo que agradecí porque de esta manera podría imprentarle un olvido total de lo pasado en este jardín.

Cuando hube cerrado la verja y él se alejaba hablando solo, volví hacia las piedras. Por el camino pude verme reflejado en las claras aguas de la acequia y comprobé que era Ralf Vallone. Así que volví a reflectar mi cuerpo en “aquel que puso el anuncio”.
[1] Deflectar: Mantener un cambio de cuerpo
[2] mimetizar
[3] Ideas que impiden centrarse en la forma tomada.
[4] Habitante de tierra 5, creado por mi compañero de banca en su tesis.
[5] Habitante de tierra 123, creado por la insidiosa de Igmira, la que está enamorada del catedrático.

3 comentarios:

natalia manzano dijo...

Este texto es un regalo para ti. http://eslaboladecristal.blogspot.com/2009/06/jose-tiene-sesenta-y-pocos-es-un-buen.html

Porque me has hecho sonreír y pensar muchas veces. Besos!!!

natalia manzano dijo...

ups!! copialó y pegaló, que parece que aquí no se enlaza solo.


te linko para leerte!!!

muak!

Anónimo dijo...

gracias por visitar mi espacio... ahora escucho "nocturne..3" de chopin mientras recorro tu blog.
saludos,

bibi