martes, 15 de julio de 2008

El enamorado

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)


La primera vez que tuve ocasión de percibir con mis escondidos ocelos un teléfono móvil de esos que interfieren la comprensión, fue con la visita de un hombre de mediana edad. Ocurrió que estando junto a la verja vi pasar a un hombre quizás algo más alto que la media de los que hasta ahora habían venido impulsados por “el anuncio”. Usaba unas gafas de concha que hacían que se le hundieran unos ojos extrañamente azules, que a pesar de grandes quedaban casi anulados por su portentosa nariz. Su pelo, casi amarillo, bailaba al son que le marcaba el viento que hacía ya dos días que soplaba con verdadera fuerza. Iba absolutamente absorto en uno de esos telefonitos mirando a cada segundo. En uno de los dos que llevaba. A punto estuve de romper las reglas impuestas en todo este tipo de trabajo y desplegar mis metagnómicas capacidades para introducirme en sus pensamientos porque sentí curiosidad por la persistencia en el hecho de mirar el teléfono. No lo hice, pero sí llamé la atención de aquel espécimen con algunas sub-ondas. Cuando se percató de mi presencia lo saludé con unos buenos días aderezados con una sonrisa eclesiástica a lo que no se pudo resistir. Al cabo de muy pocos minutos nos encontramos sentados cada uno en una piedra.

- ¿Ha puesto Vd un anuncio?. No, no he visto nada. Acaso puede ser porque no leo el periódico. Solo escucho la radio. ¿Qué decía el anuncio? ¡Espere un momento! ¿Acaso es Ud. El que ha puesto el anuncio diciendo que adivina el futuro? ¿Y que hace mejunjes para cualquier dificultad que a alguien se le pueda presentar en su vida?

Prácticamente, en cada punto de separación entre frases miraba al teléfono como esperando, rogando que sonara.

- ¿Es usted Brujo, o echador de cartas, o adivino de algún tipo...?
- No. - Dije convencido, aunque para esta gente, seguro que algo de eso debería ser.
- Ah. Entonces no es probable que conozca a lucia. Aunque si ella ha leído el anuncio al que me refiero y ha pensado que pudiera ser Ud. Seguro que ha venido. Mire, es ni alta ni baja, ni gorda ni delgada, pero tiene una sonrisa que ilumina. No es que me acuerde de ella, pero he estado muy enamorado. Mire yo intento ser un hombre fiel a mis principios. Lucia hace ya un año que para mí es historia. No, no piense que aun sigo enamorado de ella, no. Lo que pasa es que me da pena.

Calló un rato para mirar uno de los dos teléfonos que portaba y prosiguió

- Yo sé que en el momento que quiera la vuelvo a tener comiendo de mi mano, pero no quiero porque es un suplicio la vida con ella. Mire, le pasa lo que a todas las mujeres, bueno, a todas no.

Volvió a mirar el teléfono. En adelante omitiré las veces que lo miraba y cuando, porque se haría eterna esta exposición. Baste decir que muchas veces. Casi todas.

- A mis amigas, porque yo tengo amigas, no les pasa. Ellas saben que soy un señor, un caballero. Ya me gustaría enamorarme de alguna de ellas y no de quien me enamoré. Aunque ella va diciendo por ahí que jamás volvería conmigo,

Aquí comenzó a llorar con tal ímpetu que hube de ir a buscar un barreño y colocárselo debajo de la cabeza. Yo sabía que los orines son malos para la hierba, pero no tenía muy claro que las lagrimas no lo fuesen. Así que pensé que mejor era prevenir.

- Yo sé con certeza que es mentira, que si yo diera un paso volvería conmigo. Cierto es que a veces he hecho algo por verla, sin que me vea ella a mí, claro está, y que he sabido de ella por algún amigo.

Otra vez volvió a llorar, hasta el extremo de llenar el barreño que hábilmente interpuse entre la hierba y sus azules ojos. Me levanté a vaciarlo en una acequia que pasa justo detrás de la casa y volví a colocarlo frente a él.

- Se que las cosas que ella dice cuando le hablan de mí, como: ¡Dile que me deje en paz! ¡Que no quiero saber ni que existe! Y cosas por el estilo, lo hace resentida porque yo la dejé. El hecho de que se fuera con otro bastante más joven que yo (no en vano le llevo 25 años) seguro que fue porque leyó en mis ojos que no la soportaba más con sus intransigencias y con sus procacidades. Pero eso fue hace un año, dos meses y 16 días. Eso es agua pasada...

Al nombrar el agua miré de nuevo el barreño y alarmado volví a descargarlo en la acequia reintegrándolo a su sitio.

- Y lo tengo absolutamente superado. En realidad es ella la que sufre. Por eso me gustaría ayudarla. En cuanto me llame por teléfono, que estoy seguro me llamará, le diré que no puedo volver con ella, si acaso como amigos, y de volver de otra manera, más intima, ya sabe, sería poniendo yo mis condiciones. Si me ve aquí con dos teléfonos portátiles, es por la sencilla razón de que al cambiar yo de empresa me adjudicaron un teléfono nuevo y como sé que me va a llamar esta chica no puedo deshacerme del antiguo. De esta manera llevo los dos desde hace ya un año. Tómelo como que le estoy haciendo un favor a esta chica.

Se calló definitivamente, pero no se levantó hasta pasados tres barreños más. Cuando se fue quedé preocupado por si me había excedido en la diferenciación, al parecer, tan acusada entre ellos y ellas. Aunque no creo que fuese así, porque uno de los más rigurosos mandamientos en estas tareas es el de la inculcación del libre albedrío.

Me levanté y vacié en la acequia el último barreño, a la espera de cualquier otro espécimen que echarme a la cara.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

En vez de estar vaciando los barreños, debió haberle aconsejado al hombre, que se comprara un auto deportivo rojo y una casa gigante. ¡Ella habría llamado inmediatamente!

tartucas dijo...

No
La enseñanza es que la mujer no puede vivir con alguien a quien no admira. Aplicatelo