lunes, 14 de julio de 2008

El coleccionista de frases


(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)

-Buenas tardes, -me dijo una vez traspasada la verja que da paso al pequeño jardín donde habito. Vestía aquel espécimen con unos anchos pantalones de pana y una camisa de manga larga aunque remangada, que dejaba ver su curtida piel bastante bronceada. Tenía los ojos pequeños surcados de arrugas que me hablaban de su procedencia de vida al aire libre como más tarde pude constatar durante el transcurso de su relato.
-Buenas tardes -le contesté mientras escrutaba su mirada con la pasión y entusiasmo propios de los de mi especie.
-Como ya podrá intuir, vengo por lo del anuncio. Soy coleccionista de frases y en su anuncio Usted se muestra interesado en las frases.
Esta aseveración la hizo con el convencimiento de estar realizando una labor más allá de la comprensión humana. Tomé pues asiento en una piedra y le señalé otra piedra frente a mí, donde se sentó. Ante mi inquisitoria mirada ausente de todo sonido gutural, al cabo de un rato durante el cual no dejó de mirar la hierba, comenzó a hablar.
-Soy farero, mi padre fue farero y así, hacia atrás desde posiblemente el principio de los tiempos. Mi vida ha transcurrido en la playa durante todo el día, todos los días. Mi padre se casó con una maestra que venía a veranear a esas playas que protege faro. Nosotros vivíamos, y yo aun vivo, en una pequeña casa en la playa. Debe ser uno de los pocos faros que aún encienden con petróleo ya que no tenemos luz eléctrica.
-Desde pequeño, como le digo, mi vida ha transcurrido en la playa. La casa abre su puerta directamente a la arena, por lo que más de un susto les he dado a mis padres cuando andando a gatas he salido hasta justo la orilla del mar. Mi madre ha sido la que se ha encargado de enseñarme a leer y todas esas cosas que, usted sabe, hay que saber.
Se le vino una sonrisa amarga de tiempo.
-Fue en esta época cuando vi el cuadro. Era una lámina de un calendario, que aun conservo, en la que se ve una barca luchando contra una furiosa tempestad. Esta imagen se me quedó grabada en la insistencia. Le pregunte a mi madre que era lo que ponía debajo de la lámina, a lo que ella me contesto que eran muchas palabras que formaban frases y que cuando tuviera la edad correspondiente ella me enseñaría a juntar palabras y así poder confeccionar y leer frases. Un día llegué a la casa con una caracola que había encontrado en la playa y mi madre me contó que poniéndosela en el oído se podían oír las frases y cantos que entonan los marineros en alta mar. Así, el año siguiente se convirtió para mí en una intensa búsqueda de caracolas para poder oír sus frases. Al principio solo encontré caracolas con rumor de mar o, si cabe, con alguna tormenta. Pero un día oí perfectamente una voz de auxilio. Así supe que era una frase y me encomendé a la ardua tarea de coleccionar todas aquellas caracolas que contuviesen frases. Las caracolas que contenían frases eran las menos, por lo que tenía una montaña de caracolas inservibles por su incontinencia de verbo, así que se me ocurrió la feliz idea de hacer hablar a mi madre una frase junto a una caracola y después taparla rápidamente para que se conservara la frase. De hecho, aun ahora, y al destaparla, puedo oír las frases de mi madre que tanta compañía me hicieron cuando la perdí por un empujón del viento cuando lavaba los cristales del faro. Quedó como un puntito allá abajo en las rocas.
Mi madre era maestra, ¿se lo he dicho?. Pues era muy instruida y leía libros enormes para el entonces yo.
Hizo un silencio prolongado y prosiguió.
-Durante muchos años conseguí hacerme con una muy buena colección de frases ya que venía mucha gente a ver a mamá y a papá. El médico, la guardia civil, el del gasoil, muchos veraneantes de paso... A todos ellos les iba pidiendo que dijeran una frase a la caracola que rápidamente tapaba yo y la depositaba en un cobertizo. Ahora están todas en muchas estanterías que tengo en mi casa y a todo aquel que llega le dejo oír algunas. No las de mi madre que esas son solo para mí, pero si las demás incluidas las frases de los marineros bien en clara euforia bien pidiendo auxilio. Por eso he venido al leer su anuncio.
Tras un tiempo de silencio, sacó una caracola abierta y me la acercó. Yo lógicamente enmudecí. Y quedamos así mirándonos, hasta que se hizo de noche, hasta que despertó el día, y en un momento de la mañana, él se levantó y dándome las gracias, se fue.

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