martes, 15 de julio de 2008

El cotilla

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)


Hacía ya varias semanas que observaba a una criatura de aspecto siniestro merodeando por detrás de la verja, sin acercarse en demasía. Tuve pues mucho tiempo para observar sus movimientos a veces epilépticos, a veces gacelosos, a veces descontrolados, sobre todo cuando yo comenzaba algún movimiento. Diose el día en que me acerqué a hora temprana a la verja y me auftaljé[1] con la misma tierra. Cuando llegó el visitante me remotené[2] invitándolo a entrar. Seguro que el pobre pensó que estaba dormido sobre la misma tierra desde donde le conminé a que entrara.

- Buenas tardes, espero no molestar... si así fuera ruego me perdone... es que pasaba por aquí por casualidad.... de hecho, somos vecinos.... yo vivo tres kilómetros mas abajo, hacia el valle... en fin que nada, que encantado de haberle conocido... bueno... me voy...

- ¿No quiere Usted pasar un rato?

- Hombre... pues si Usted se empeña... pues sí... me vendría bien un ligero descanso...

Entró el individuo sin dejar de prestar atención ni tan siquiera a esa cigarra que cantaba desde una rama del olivo que hay a la derecha de la verja. Fue mirándolo todo a su paso sin dejar de hablar hasta llegar al promontorio que daba paso a mi guarida y donde se encontraban las dos piedras que ya hubiera utilizado tantas veces para conversar.

- Siéntese si le apetece - le dije al rato de verlo de pie mirando hacia todos los puntos cardinales existentes. Él miró la piedra, volvió a mirar a su alrededor y se sentó.

- ¿Conoce Usted a los Fernández?, Sí. Son esos que viven bajando hacia el Nasdivia, como a 1 kilómetro. ¡Jo! Esos son de armas tomar, con decirle que su hija se está viendo con el estanquero, que como Usted sabrá está casado.... Y además la madre del estanquero, la pobre tiene un asma que se la llevan los diablos, y nadie hace nada por ella. Bueno, ellos sabrán. La podían llevar a que la viera Don Felipe, el médico de la dehesa, que ese si que sabe, No en vano ha estudiado. Pero lo peor es que está medio saliendo con la hija del boticario. ¡El boticario...! Ese sí que es un pendejo, bueno, en el fondo es buena persona pero ya sabe Usted como es la vida... no se puede ir por el mundo siendo alguien y luego querer pasar desapercibido. Lo que pasa es que Don Juan, el cura, lo ha tomado por delante y ya sabe Usted como son los curas. Por cierto, ¿Sabía Usted que Don Juan se ha estado viendo con la Maruja?. ¡Ja! Si no supiéramos quien es la Maruja, que de seguro mató a su marido de una hartá. Usted ya me entiende. Pero bueno, es que el pobre marido, para mi que era un poco... desviado, si, un poco desviado, por no decirle que era maricón. Bueno... si todo el mundo lo comentaba. Fíjese Usted que estando con la Chani, sí, esa que tiene una tienda de lencería, pues me contó que iba a verla para comprarle medias y esas cosas ¡NEGRAS!,. Y digo yo: ¡Para su mujer no eran, que ella bien que enseñaba siempre sus piernas llenas de pelos, y aunque bien negros no se podía decir que eran medias de esparto lo que llevaba. En fin, hay quien dice que tenía una amante que vive a casi 100 Km de aquí. ¿A quien se lo van a decir?. ¡JA! por otra parte...

En ese momento decidí, en contra del más mínimo sentido del decoro que debía endociarlo[3], así que explayé mis andrias[4] y aquel personaje se desvaneció.
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[1] De auftaljar: fundirse con otro cuerpo formando uno solo.
[2] Ver 7
[3] De endociar: Dividir un cuerpo en sus átomos.
[4] Órgano productor de sonidos.

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