martes, 15 de julio de 2008

El observador ingenioso

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)

Es la primera vez que tengo un problema de este tipo al catalogar un espécimen de este lugar. Por una parte me pareció un sagaz observador. No en vano llevaba varias semanas sin bajar del alcornoque que hay justo enfrente de la verja, al otro lado del camino, observando quien entraba y quien salía. Por eso en principio pensé que era un observador, pero al discurrir de su intervención, me di cuenta de que era más ingenioso que observador. Al menos eso deduje yo. Sé que esto puede acarrearme una nota negativa en mi tesis, pero no puedo faltar a la verdad ni un ápice, por lo que no tengo más remedio que asimilarlo como doble.

También fue la primera, y única, vez que deslinqué el monio delante de un nativo, aunque tampoco se percató mucho según contaré después.

Como digo, pensé que era un observador nato, pero cuando a los doce días de estar sobre el alcornoque, me acerqué hasta él para sugerirle que entrara conmigo hasta el lugar de las piedras. No se percató en absoluto de mi presencia. De hecho me auftaljé con el alcornoque durante un día y medio sin que él se percatara del asunto.

Lo cierto es que rayando las dos semanas volví hasta él y le hice señas para que bajara.

Media melena que no paraba de atusar mesándosela con ambas manos, ojos saltones pero inteligentes, nariz pequeña, cuerpo más bien orondo, ropa de marca, y una uña de la mano derecha extrañamente larga.
- Buenos días - me dijo, pues fui a por él por la mañana.
-Buenos días - le contesté. - Está aquí quizás por el anuncio?
- Lógicamente, usted ha puesto en el anuncio que necesitaba un observador. Por eso llevo un tiempo en este alcornoque para observarlo todo. Ya sabe - en este momento soltó una risotada que seguro se oyó en el Nasdivia - “A buen observador pocas palabras bastan”.

En este momento fue cuando no supe si realmente era observador o simplemente un ingenioso, puesto que el refrán lo conocía y no era así. De cualquier modo lo invité a entrar.

No se hizo de rogar. Ya, desde la verja hasta las piedras, fue hablando y hablando sobre las últimas noticias del periódico y sobre reyes y sobre historia y sobre literatura y sobre filosofía.
Nos sentamos.

- De verdad, ha hecho usted muy bien en venir a este pueblo. En realidad encierra una historia realmente rica desde su fundación hasta nuestros tiempos. No en vano los tartesos habitaron estas planicies.

- ¡Oye, que bonito! - Dijo mientas se levantaba y admiraba una lámpara de aceite que colgaba de la fachada de la casa. - Es eminentemente sefardí. Muy original.

Se atrancaba al hablar de vez en cuando, más de vez que de en cuando. Vino sin parar de hablar y de reír con aquella risa que lo llenaba todo hasta su piedra mesandose la cabellera a cada momento. Comenzó a gritar cada vez más, intuyo que para hacer más creíble lo que contaba, que desgraciadamente no puedo reproducir porque era de una erudición que se me escapa. Lo que sí es cierto es que en un momento determinado, los ojos comenzaron a ponérseles rojos y sus movimientos eran cada vez más incontrolados. En ese momento sacó de alguna parte de su vestimenta un papelito que contenía un polvo blanco e hincó la uña en su seno oliéndolo fuertemente. Repitió el gesto y me acercó la uña. Entendí que era un ritual como el que pude observar en la captación de las ondas que emiten. Era una película. En esta, un indio sacaba una pipa y chupaba de ella, acto seguido se la ofrecía a su acompañante que llevaba un traje de chaqueta azul y sin mediar palabra chupaba también de ella. Todos se ponían muy contentos, así que decidí hacer lo mismo.

Nunca debí hacerlo. Jamás volví a hacerlo. La suerte que tuve es que este ser estaba tan imbuido de él mismo, que no se daba cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor. Comencé a deflectar[1] por las narices, como si un ser de este mundo tuviera un resfriado, hasta deflectar totalmente. Mis augnas comenzaron a trabajar impulsadas por el deseo de no remotenar[2] en alguna forma no conocida por mi interlocutor. Tuve mil auxpelsiones[3] distintas. Me encontré remotenado en un gnur[4] para dar paso después a un flagdom[5]. Cuando logré concentrarme en quien era al principio, comprobé que mi interlocutor seguía hablando como si nada hubiera ocurrido. Había salido indemne de la prueba. No en vano soy, creo, el alumno más avanzado de mi clase. Esto debería valer para algo. Nos despedimos sin que él parara de hablar y con la advertencia, que agradecí, de que volvería en otro momento. Y digo que agradecí porque de esta manera podría imprentarle un olvido total de lo pasado en este jardín.

Cuando hube cerrado la verja y él se alejaba hablando solo, volví hacia las piedras. Por el camino pude verme reflejado en las claras aguas de la acequia y comprobé que era Ralf Vallone. Así que volví a reflectar mi cuerpo en “aquel que puso el anuncio”.
[1] Deflectar: Mantener un cambio de cuerpo
[2] mimetizar
[3] Ideas que impiden centrarse en la forma tomada.
[4] Habitante de tierra 5, creado por mi compañero de banca en su tesis.
[5] Habitante de tierra 123, creado por la insidiosa de Igmira, la que está enamorada del catedrático.

El enamorado

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)


La primera vez que tuve ocasión de percibir con mis escondidos ocelos un teléfono móvil de esos que interfieren la comprensión, fue con la visita de un hombre de mediana edad. Ocurrió que estando junto a la verja vi pasar a un hombre quizás algo más alto que la media de los que hasta ahora habían venido impulsados por “el anuncio”. Usaba unas gafas de concha que hacían que se le hundieran unos ojos extrañamente azules, que a pesar de grandes quedaban casi anulados por su portentosa nariz. Su pelo, casi amarillo, bailaba al son que le marcaba el viento que hacía ya dos días que soplaba con verdadera fuerza. Iba absolutamente absorto en uno de esos telefonitos mirando a cada segundo. En uno de los dos que llevaba. A punto estuve de romper las reglas impuestas en todo este tipo de trabajo y desplegar mis metagnómicas capacidades para introducirme en sus pensamientos porque sentí curiosidad por la persistencia en el hecho de mirar el teléfono. No lo hice, pero sí llamé la atención de aquel espécimen con algunas sub-ondas. Cuando se percató de mi presencia lo saludé con unos buenos días aderezados con una sonrisa eclesiástica a lo que no se pudo resistir. Al cabo de muy pocos minutos nos encontramos sentados cada uno en una piedra.

- ¿Ha puesto Vd un anuncio?. No, no he visto nada. Acaso puede ser porque no leo el periódico. Solo escucho la radio. ¿Qué decía el anuncio? ¡Espere un momento! ¿Acaso es Ud. El que ha puesto el anuncio diciendo que adivina el futuro? ¿Y que hace mejunjes para cualquier dificultad que a alguien se le pueda presentar en su vida?

Prácticamente, en cada punto de separación entre frases miraba al teléfono como esperando, rogando que sonara.

- ¿Es usted Brujo, o echador de cartas, o adivino de algún tipo...?
- No. - Dije convencido, aunque para esta gente, seguro que algo de eso debería ser.
- Ah. Entonces no es probable que conozca a lucia. Aunque si ella ha leído el anuncio al que me refiero y ha pensado que pudiera ser Ud. Seguro que ha venido. Mire, es ni alta ni baja, ni gorda ni delgada, pero tiene una sonrisa que ilumina. No es que me acuerde de ella, pero he estado muy enamorado. Mire yo intento ser un hombre fiel a mis principios. Lucia hace ya un año que para mí es historia. No, no piense que aun sigo enamorado de ella, no. Lo que pasa es que me da pena.

Calló un rato para mirar uno de los dos teléfonos que portaba y prosiguió

- Yo sé que en el momento que quiera la vuelvo a tener comiendo de mi mano, pero no quiero porque es un suplicio la vida con ella. Mire, le pasa lo que a todas las mujeres, bueno, a todas no.

Volvió a mirar el teléfono. En adelante omitiré las veces que lo miraba y cuando, porque se haría eterna esta exposición. Baste decir que muchas veces. Casi todas.

- A mis amigas, porque yo tengo amigas, no les pasa. Ellas saben que soy un señor, un caballero. Ya me gustaría enamorarme de alguna de ellas y no de quien me enamoré. Aunque ella va diciendo por ahí que jamás volvería conmigo,

Aquí comenzó a llorar con tal ímpetu que hube de ir a buscar un barreño y colocárselo debajo de la cabeza. Yo sabía que los orines son malos para la hierba, pero no tenía muy claro que las lagrimas no lo fuesen. Así que pensé que mejor era prevenir.

- Yo sé con certeza que es mentira, que si yo diera un paso volvería conmigo. Cierto es que a veces he hecho algo por verla, sin que me vea ella a mí, claro está, y que he sabido de ella por algún amigo.

Otra vez volvió a llorar, hasta el extremo de llenar el barreño que hábilmente interpuse entre la hierba y sus azules ojos. Me levanté a vaciarlo en una acequia que pasa justo detrás de la casa y volví a colocarlo frente a él.

- Se que las cosas que ella dice cuando le hablan de mí, como: ¡Dile que me deje en paz! ¡Que no quiero saber ni que existe! Y cosas por el estilo, lo hace resentida porque yo la dejé. El hecho de que se fuera con otro bastante más joven que yo (no en vano le llevo 25 años) seguro que fue porque leyó en mis ojos que no la soportaba más con sus intransigencias y con sus procacidades. Pero eso fue hace un año, dos meses y 16 días. Eso es agua pasada...

Al nombrar el agua miré de nuevo el barreño y alarmado volví a descargarlo en la acequia reintegrándolo a su sitio.

- Y lo tengo absolutamente superado. En realidad es ella la que sufre. Por eso me gustaría ayudarla. En cuanto me llame por teléfono, que estoy seguro me llamará, le diré que no puedo volver con ella, si acaso como amigos, y de volver de otra manera, más intima, ya sabe, sería poniendo yo mis condiciones. Si me ve aquí con dos teléfonos portátiles, es por la sencilla razón de que al cambiar yo de empresa me adjudicaron un teléfono nuevo y como sé que me va a llamar esta chica no puedo deshacerme del antiguo. De esta manera llevo los dos desde hace ya un año. Tómelo como que le estoy haciendo un favor a esta chica.

Se calló definitivamente, pero no se levantó hasta pasados tres barreños más. Cuando se fue quedé preocupado por si me había excedido en la diferenciación, al parecer, tan acusada entre ellos y ellas. Aunque no creo que fuese así, porque uno de los más rigurosos mandamientos en estas tareas es el de la inculcación del libre albedrío.

Me levanté y vacié en la acequia el último barreño, a la espera de cualquier otro espécimen que echarme a la cara.

El cotilla

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)


Hacía ya varias semanas que observaba a una criatura de aspecto siniestro merodeando por detrás de la verja, sin acercarse en demasía. Tuve pues mucho tiempo para observar sus movimientos a veces epilépticos, a veces gacelosos, a veces descontrolados, sobre todo cuando yo comenzaba algún movimiento. Diose el día en que me acerqué a hora temprana a la verja y me auftaljé[1] con la misma tierra. Cuando llegó el visitante me remotené[2] invitándolo a entrar. Seguro que el pobre pensó que estaba dormido sobre la misma tierra desde donde le conminé a que entrara.

- Buenas tardes, espero no molestar... si así fuera ruego me perdone... es que pasaba por aquí por casualidad.... de hecho, somos vecinos.... yo vivo tres kilómetros mas abajo, hacia el valle... en fin que nada, que encantado de haberle conocido... bueno... me voy...

- ¿No quiere Usted pasar un rato?

- Hombre... pues si Usted se empeña... pues sí... me vendría bien un ligero descanso...

Entró el individuo sin dejar de prestar atención ni tan siquiera a esa cigarra que cantaba desde una rama del olivo que hay a la derecha de la verja. Fue mirándolo todo a su paso sin dejar de hablar hasta llegar al promontorio que daba paso a mi guarida y donde se encontraban las dos piedras que ya hubiera utilizado tantas veces para conversar.

- Siéntese si le apetece - le dije al rato de verlo de pie mirando hacia todos los puntos cardinales existentes. Él miró la piedra, volvió a mirar a su alrededor y se sentó.

- ¿Conoce Usted a los Fernández?, Sí. Son esos que viven bajando hacia el Nasdivia, como a 1 kilómetro. ¡Jo! Esos son de armas tomar, con decirle que su hija se está viendo con el estanquero, que como Usted sabrá está casado.... Y además la madre del estanquero, la pobre tiene un asma que se la llevan los diablos, y nadie hace nada por ella. Bueno, ellos sabrán. La podían llevar a que la viera Don Felipe, el médico de la dehesa, que ese si que sabe, No en vano ha estudiado. Pero lo peor es que está medio saliendo con la hija del boticario. ¡El boticario...! Ese sí que es un pendejo, bueno, en el fondo es buena persona pero ya sabe Usted como es la vida... no se puede ir por el mundo siendo alguien y luego querer pasar desapercibido. Lo que pasa es que Don Juan, el cura, lo ha tomado por delante y ya sabe Usted como son los curas. Por cierto, ¿Sabía Usted que Don Juan se ha estado viendo con la Maruja?. ¡Ja! Si no supiéramos quien es la Maruja, que de seguro mató a su marido de una hartá. Usted ya me entiende. Pero bueno, es que el pobre marido, para mi que era un poco... desviado, si, un poco desviado, por no decirle que era maricón. Bueno... si todo el mundo lo comentaba. Fíjese Usted que estando con la Chani, sí, esa que tiene una tienda de lencería, pues me contó que iba a verla para comprarle medias y esas cosas ¡NEGRAS!,. Y digo yo: ¡Para su mujer no eran, que ella bien que enseñaba siempre sus piernas llenas de pelos, y aunque bien negros no se podía decir que eran medias de esparto lo que llevaba. En fin, hay quien dice que tenía una amante que vive a casi 100 Km de aquí. ¿A quien se lo van a decir?. ¡JA! por otra parte...

En ese momento decidí, en contra del más mínimo sentido del decoro que debía endociarlo[3], así que explayé mis andrias[4] y aquel personaje se desvaneció.
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[1] De auftaljar: fundirse con otro cuerpo formando uno solo.
[2] Ver 7
[3] De endociar: Dividir un cuerpo en sus átomos.
[4] Órgano productor de sonidos.

El enfriador de cervezas

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)



A punto estaba de acabar de exasiborizarme[1] cuando sonó una campana en la verja de entrada. Me asomé fuera de mí mismo un momento y decidí terminar mi exaborización. Una vez concluida, salí de mí y bajé el camino que lleva hasta la verja.

- Entre por favor

Al punto observé unos pequeños platitos metálicos que llevaba cogidos en los dedos índice y pulgar, lo que me hizo pensar que el choque entrambos era el que había producido este sonido de campana.
Acordándome del domador de caracteres pensé que si hubiera dos como él se cumpliría el aserto de este de que efectivamente había dos con el mismo número de pelos en el cuerpo, o sea, ninguno. Vestía una túnica de color fucsia, aunque tan sucia que parecía mezclado con ocre. Era aun más pequeño que el distante, enjuto, serio y descalzo. Esta podría ser su descripción.
Entró levitando, cosa que me resultó curiosa pues hasta ahora, excepto el ubicuo, o parte de él, que volaba, o el domador de caracteres, aunque esto último fue subida, no entró nadie levitando. Más tarde y al hablar con el devoto me enteré de que es distinto levitar y volar.

- Que la fuerza sea contigo

Por un momento me sentí aturdido, pues dijo fuerza y entendí el nombre de mi esposa “fuerzsnak”, pero solo fue una milésima de segundo.

- Siéntese, - le dije ofreciéndole el asiento de piedra.

- Si no le importa, prefiero sentarme sobre la hierba, en mi esterilla.

En ese momento desplegó una pequeña alfombrilla con puntiagudas púas sobre la que levitó sentado. Un poco comprendí la necesidad de su aprendizaje de la levitación

- ¿Y bien?

Él se tomó todo el día meditando la correcta contestación a la sin duda dura prueba de mi pregunta.

- Vengo por el anuncio que Usted ha colocado en la valla que hay junto al río Nasdivia, - me dijo al amanecer.

- He meditado durante un año y medio la posibilidad de mi presentación ante ti para explicarte un hecho. Seguro que te va a servir para lo que necesitas según deduzco de tu anuncio. He dedicado todas mis vidas a la meditación tanto contemplativa como introspectiva. He conseguido pasar meses sin comer, levitar, viajar astralmente, y por supuesto controlar los mecanismos de calor y frío de mi cuerpo, hasta el extremo de llegar a donde he llegado.

Pocas veces, muy pocas, he sentido curiosidad. Esta faceta me nace desde el momento de remotenarme[2], aunque mi control mental la vence, lógicamente. Sí, excepto raras ocasiones, y esta era una de ellas. Debió captar este hecho, pues siguió hablando suave y profundamente sin apenas mover sus gruesos labios.

- He pasado toda mi vida en la rivera del Nasdivia, y tal grado de concentración he llegado a desarrollar que he conseguido dominar, como te digo, el mecanismo del dolor y del calor y del frío. Comencé en pleno invierno, rodeado de nieve y frío, a secar con mi cuerpo alguna que otra camisa. Yo me despojaba de mi túnica y algún visitante mojaba una camisa en las aguas del Nasdivia y me la colocaba encima. Yo me concentraba y con el calor que desprendía en mi concentración, la camisa quedaba lista para la plancha. Más tarde comencé a invertir el proceso, consiguiendo excelentes resultados. Pero como en toda existencia, me llegó la degeneración. Yo, como te digo, vivo en la rivera del Nasdivia, allí, como sabes, no hay nogales. Mira por donde, decidí, como hicieran mis ancestros y otros, alimentarme solo de nueces. Hubo un tiempo en que no comía nada y solo me alimentaba de las pocas nueces que me llevaban los visitantes. En las calendas de Agosto se dejaban llegar los veraneantes, que al principio me llevaban nueces en sus mochilas, pero pronto se dieron cuenta que podían sacarle fruto a mis peculiares facultades desarrolladas a fuerza de concentración y de tiempo, de tal manera que si quería nueces tenía que enfriarles las latas de cerveza que portaba. Así, una cerveza les costaba tres nueces. Si, me he convertido en el refrigerador del Nasdivia.
- Espero que te sirva para tus presuntas tesis sobre la listerización[3].

Me quedé un poco aturdido por el hecho de que pronunciara la palabra listerización con esa naturalidad. Seguro que la conoció por introspección, ya que jamás se me hubiese ocurrido proponer en el anuncio nada que tuviese que ver con la listerización. De hecho, si así hubiese sido, mi mujer me hubiese abandonado al conocerlo. Estaba pensando como explicar este hecho a mi mujer cuando reconocí en aquel que se alejaba levitando a aquel otro que había compartido conmigo un par de días excelentes.

[1] De exaborizarse, acción de volverse en uno mismo para eliminar restos de otros encuentros.
[2] Mimetizarme
[3] Acción de borrar temporalmente de la mente la figura de la esposa.

El ubicuo

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)

- ¿Hola?

La voz me llegó desde varios puntos a la vez, tanto es así que pensé que habían venido cientos de gentes

- Hola - dije tras remotenarme[1], lo dije fuerte y claro, tan fuerte y claro como pude sin desinconstear[2] mis augnas[3] para evitar un plocline[4].

- Soy yo - me dijo el que estaba al fondo, tras la verja, mientras otro me miraba desde la cúspide, y otro orinaba mientras volaba sobre la hierba, y otro ya estaba sentado sobre mi piedra, y otro...

- Pase por favor - le dije al único que había tras la reja
- Por favor - le dije al que volaba y orinaba - no siga orinando sobre la hierba, pues dicen que la orina es perjudicial para ella.

- Perdón - me contestó mientras aterrizaba en el camino de lastra.
- Oiga - oí a mis espaldas - ¿Tendría una hermana o una prima por casualidad?

En un momento se pusieron todos a hablarme a la vez, y como eran tantos intenté ubicar al único. Abrí los brazos en cruz, como es costumbre en estos casos, y lancé un gemido corto, no quería ser descortés. Entonces lo vi. Pelo ralo, chaqueta oscura, zapatos marrones y una pequeña herida sobre la ceja izquierda que no paraba de manar sangre en claro chorro aunque fino. A veces el visitante utilizaba un pañuelo para taponar la casi invisible herida.
Andaba por el camino de lastra ascendiendo hasta mi posición. Se sentó encima de él y yo me aposente en la piedra que quedaba libre.

- Vengo por lo del anuncio. Usted claramente hace alusión en él a la obligada presentación de una singularidad pluralizante, y heteme aquí que soy justo lo que busca.

- Pero.... ¿en que sentido piensa Usted que me interesa su cometido? Le pregunté más por cortesía que por querer saberlo.

- Pues la capacidad que poseo para una misma estancia en dos sitios distintos a la vez. Como vulgarmente decimos en mi pueblo, “estar en el plato y en las tajadas”. Aunque si he de serle sincero, le diré que mi capacidad se diluye en presencia de la materia y se transforma en una capacidad restringida solo al paréntesis que encierra la posibilidad del ejercicio de la captación de varias conversaciones a la vez.
- Mire, yo trabajo en una oficina de la administración, no, no crea que tengo alguna oposición hecha, no. Soy un trabajador eventual que por no haber presupuesto, mi nómina viene como si fuera un camión dando portes de arena y grava a no sé dónde, porque no se está realizando ninguna obra en mi pueblo. Como le digo, trabajo en una ventanilla cara al público. Mi misión consiste en ayudar a rellenar los mil sofisticados impresos que la administración inventa para “facilitar”, dicen, la vida al ciudadano. Pues bien al comenzar mi trabajo solo podía explicarles de uno en uno, hasta que desarrollé esta facultad que curiosamente desconocía. Y tal es el día que puedo ayudar a diez, si es necesario, a la vez. El problema es que no he sabido diferenciar entre el trabajo y mi particular vida. Así he llevado esta facultad a la calle y me encuentro con la incomprensión de la gente. No puedo hablar con alguien tranquilamente en ningún lugar sin oír lo que a mi alrededor dicen otras conversaciones, otros grupos, otras gentes, y claro, dada la formación pedagógica adquirida en mi ventanilla, no tengo más remedio que asaltar las conversaciones vecinas poniendo mi granito de arena. Esto ha hecho que últimamente me encuentre más bien solo. Debe ser porque la gente tiene envidia de mi particular facultad. ¿Qué no te lo crees?

No sé por qué dijo esto, pues siempre flecto[5] una cara que no denota, al menos eso creo, nada que pudiera hacer pensar que no me creo algo. Pero hablar de incredulidad con estos seres es muy arriesgado, ya que no depende nunca la credibilidad del oyente, sino del parlante. Si este último piensa que lo que está diciendo no es cierto, o, aún siéndolo le cuesta trabajo superar las mentiras vertidas sobre él, o el caso de que se trate, entonces, el parlante deberá sofisticar los argumentos para de esa manera intentar llevar al interlocutor, al oyente, a “su terreno”. Pero no es de gran interés esta reflexión, porque el parlante siempre acaba poniéndote un ejemplo que se adapte a sus necesidades. Por eso siguió hablando:

- Te voy a poner un ejemplo: Hace unos días, - supongo que en estos momentos la capacidad de asunción del verdadero contenido del morfema “tiempo” es absolutamente adjetivo a sus devaneos con el léxico -estaba tomando unas cervezas con unos amigos en un quiosco que hay cerca del Nasdivia[6]. Pues bien, había dos personas hablando detrás de mí sobre la existencia o no de Dios, y a pesar de que la conversación que mantenía con mis contertulios era agradable, no pude menos que expresar mi opinión en voz alta a lo que aquellos dos estaban hablando. Presumo que fue debido a que mis ideas no estaban del todo en acuerdo con las que tenían ellos, así que enseguida sentí la furia desatada de estos dos, ahora, energúmenos que no paraban de pegarme. ¡Fíjese usted, que yo estaba de espaldas!. Y aún así me atacaron. Por eso siempre he pensado que esta capacidad que poseo pudiera serle de alguna utilidad a alguien, ya que a mi no.

Se calló mirándome insistentemente, como buscando mi aprobación, no sé si a su capacidad, o al hecho de haber obrado bien en aquel momento. Pero como bien he dicho en alguna ocasión, introduzco el libre albedrío y ello debo llevarlo hasta las últimas consecuencias. ¡Qué culpa tengo yo de que los mecanismos insertados funcionen a veces defectuosamente?.
No me acuerdo ni si dijo algo más o se fue enseguida, porque la disertación de este personaje me dejó hundido y pensante, intentando entresacar las posibles enseñanzas de su actuación. Debo confesar que me sentí inquieto, y posiblemente fue la primera vez que deseé no haber comenzado el experimento. Lo cierto es que me encontré solo delante de una piedra vacía y el ser aquel, ubicuo se podría llamar, había desparecido.
Pasé un tiempo indefinido sin ganas de remotenarme[7] en nada y deslinqué[8] el monio[9] hasta auftaljarme[10] con la mismísima hierba.

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[1] De remotenar, mimetizar
[2] Eliminar de forma grosera
[3] Aparato perceptor múltiple
[4] Desajuste en la percepción de audio
[5] De flectar: Fijar una forma difícil de cuerpo.
[6] Nombre del río que hay cerca.
[7] Mimetizarme
[8] De deslincar: Deformar
[9] Cuerpo físico
[10] De auftaljarse: Fundirse con otro cuerpo hasta formar uno solo.

lunes, 14 de julio de 2008

El domador de caracteres

(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)


Estaba desayunándome un ligero skulz[1] bien regado con ambriada[2] cuando sonó la cancela de la verja
-Buenos días ¿hay alguien? -Preguntó con voz fuerte y decidida.
-Un momento, por favor - contesté mientras tragaba skulz con la máxima rapidez que podía.
Salí al promontorio donde se encontraban las piedras y señalándole una me senté en la otra. Él parecía decidido a no hablar, una vez sentado estuvo un tiempo indefinido escrutándome intentando, presumo, que rompiera el hielo, así que le dije: -
-¿Entonces usted viene por lo del anuncio?
-Sabia deducción, ¿qué le hace pensar que así es? También he venido a que, si tiene a bien, me cuente me contestó.
Ante mi silencio a su pregunta prosiguió:
-Bueno, en realidad sí he venido por el anuncio en sí. Pero más por el trasfondo que se infiere en la persona que lo ha escrito. Sí. Pienso que Usted, si es Usted quien ha insertado el anuncio, posee un carácter condicionado por hechos acaecidos en su niñez, posiblemente.
Mientras hablaba, a veces sonreía paternalista, otras sombreaba su mirada y siempre divagando, apuntillando, con la vana pretensión de encasillarme en alguna especie de rol al que estuviese acostumbrado. Así siguió hablando, no tanto de mí como de él, infiriendo de mi presencia toda su vida, sus actos. Así me contó que fue a la universidad donde cursó estudios de psiquiatría, que había escrito en una prestigiosa revista un artículo sobre la doma del carácter.
-Soy, decididamente, un domador de caracteres, un salvador de almas. Si quiere, mi misión en este mundo viene a ser similar a la del exorcista en la cultura cristiana. Él expulsa al diablo...
Mientras decía esto último me ofreció un gesto de complicidad, que yo, lógicamente, obvié.
-...del cuerpo por medio de rezos, hechizos y zarangazas diversas. En cambio yo detecto todos esos males, esas posesiones diabólicas en los mal funcionamientos diversos de las circunvoluciones cerebrales. De esta manera venzo al diablo, que para Usted y para mí, le diré que no es otra cosa sino una invención para doblegar mentes. ¿No se asombra?. ¿No encuentra duro o al menos divertido el hecho de doblegar mentes?. Bien, yo dejo esos dobleces o su intento para los militares, curas, iluminados y un sin fin de curiosos especimenes que pululan por este astroso mundo. Yo lo que hago realmente es domar caracteres. A veces me llega un desmembrado de mente con un tipo de carácter avieso indicándome su deseo de cambiar, de tal manera que así lo hago.
Se puso súbitamente serio y calló un rato.
-La verdad es que cuando una terapia conversacional no me produce el resultado requerido, utilizo la medicina que se ha dejado llamar convencional. Administro dosis de varios fármacos, eso sí, debidamente estudiados, y voy probando con unos y con otros hasta que consigo domar el carácter del desmembrado.
Otro silencio, esta vez más largo, hasta el extremo que me faltó poco para delincar el monio[3] y sublimarme un poco en mi deformación.
-Lo cierto - prosiguió sin percatarse de mi estado y sin dejar de mirar a una pequeña araña que tejía entre dos hebras de hierba su trampa mortal ¾ es que consigo mejores efectos entre los no contaminados, es decir, entre las personas que no tienen ningún problema mental derivado de un mal funcionamiento de su mente. Cierto es que me resulta sencillo domar el carácter, y de hecho lo he logrado repetidamente, de mi esposa, mis hijos y de mi secretaria. Eso y todo que saben quien soy y saben de mis capacidades adquiridas. Si no fuese así, comprenderá que no me hubiesen publicado aquel escrito en aquella revista tan prestigiosa. ¿Sabe Usted?. Son muchas las veces que me pierdo entre la gente, en los bares, en las colas de los museos, y digo las de los museos porque suelen ser más lentas, y utilizo mi superioridad, herencia de estudio, para domar sus caracteres aunque sea momentáneamente. ¿Usted tiene perro?. ¿Lo ha llevado alguna vez a que lo adiestren?. ¿No?.
Negué suavemente impeliendo, como había visto la cabeza hacia izquierda y derecha.
- Bueno, pues el trabajo de estos adiestradores no difiere en el fondo de lo que yo hago, aunque sí un poco en la forma, dado que la correa que ellos usan la suplo con la dependencia y los golpes físicos asestados a estos, los convierto en golpes a sus neuronas o confrontaciones con su propia identidad. Realmente más puedo domar un carácter cuantos más secretos poseo de aquel que quiero domar. A veces, las más, utilizo, como hacen las llamadas pitonisas o echadoras de cartas, un elemento. Ellas usan unas cartas, o una bola, o el mismo poso del café...
Me recordó en este momento el inmejorable sabor del skulz que había saboreado no hacia mucho tiempo.
-...pues bien, yo uso los llamados elementos oníricos.
Ante mi mirada inquisitiva, que no quiso serlo, pero lo fue, él siguió su soliloquio
-Si, yo espeto a la presa,...
Desvirtuó el significado del principio de su disertación en el convencimiento de que el interlocutor es capaz de captar todas las ideas durante una conversación, pero no así la oratoria, que como definición, por lo que pude observar en las personas que acudieron al anuncio, era efímera y se diluía en el aire y en el cerebro de los interlocutores, y no solamente en ellos, sino en los oradores.
-...a que me cuente sus sueños. De esta manera, oracularmente, mezclo símbolos y estados de ánimo, y situaciones vitales y existenciales en el tiempo, que entre nosotros, le diré que no hay tantas. Una muestra: ¿Usted diría que es posible, sin azar de por medio, que dos personas en este mundo tengan el mismo número de pelos en el cuerpo?. Pues bien, la realidad es que sí, que miles. No en vano existen en el planeta unos siete mil millones de personas y es prácticamente imposible que un ser humano tenga siete mil millones de pelos en su cuerpo. No cabrían. De esta manera, las emociones son muy inferiores en número a la cantidad de pelos, y cada emoción entronca con una sensación, y estas son más escasas. Y cada sensación entronca con un hecho y estos son aún más escasos. Y si seguimos, veremos que todo este embrollo se convierte en una pirámide invertida que nace en su vértice de la inteligencia. No de la virtud cogitativa. Al animal solo se puede domar el carácter con imperativos, las personas...
En este momento se le iluminaron los ojos, comenzó a temblar y fue ascendiendo lentamente.
-... gracias al cielo son complejas, y en su complejidad está la posibilidad del goce en su doma...
Esto último casi ni lo oí debido a que ya estaba a mucha altura y no lo percibía bien. No sé si porque tenía puesto el defractor[4] demasiado apretado, o porque las interferencias que me provocaban las ondas de los teléfonos móviles me anulaban su comprensión. Me levanté y aliupé[5] un poco a la espera de alguien más.
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[1] Brebaje muy parecido al café muy espeso
[2] Bebida agridulce
[3] Deformar el propio cuerpo material
[4] Intercambiador de sonidos
[5] De alupiar, inmovilizarse

El coleccionista de frases


(Folios encontrados por José Antonio Soria Estevan)

-Buenas tardes, -me dijo una vez traspasada la verja que da paso al pequeño jardín donde habito. Vestía aquel espécimen con unos anchos pantalones de pana y una camisa de manga larga aunque remangada, que dejaba ver su curtida piel bastante bronceada. Tenía los ojos pequeños surcados de arrugas que me hablaban de su procedencia de vida al aire libre como más tarde pude constatar durante el transcurso de su relato.
-Buenas tardes -le contesté mientras escrutaba su mirada con la pasión y entusiasmo propios de los de mi especie.
-Como ya podrá intuir, vengo por lo del anuncio. Soy coleccionista de frases y en su anuncio Usted se muestra interesado en las frases.
Esta aseveración la hizo con el convencimiento de estar realizando una labor más allá de la comprensión humana. Tomé pues asiento en una piedra y le señalé otra piedra frente a mí, donde se sentó. Ante mi inquisitoria mirada ausente de todo sonido gutural, al cabo de un rato durante el cual no dejó de mirar la hierba, comenzó a hablar.
-Soy farero, mi padre fue farero y así, hacia atrás desde posiblemente el principio de los tiempos. Mi vida ha transcurrido en la playa durante todo el día, todos los días. Mi padre se casó con una maestra que venía a veranear a esas playas que protege faro. Nosotros vivíamos, y yo aun vivo, en una pequeña casa en la playa. Debe ser uno de los pocos faros que aún encienden con petróleo ya que no tenemos luz eléctrica.
-Desde pequeño, como le digo, mi vida ha transcurrido en la playa. La casa abre su puerta directamente a la arena, por lo que más de un susto les he dado a mis padres cuando andando a gatas he salido hasta justo la orilla del mar. Mi madre ha sido la que se ha encargado de enseñarme a leer y todas esas cosas que, usted sabe, hay que saber.
Se le vino una sonrisa amarga de tiempo.
-Fue en esta época cuando vi el cuadro. Era una lámina de un calendario, que aun conservo, en la que se ve una barca luchando contra una furiosa tempestad. Esta imagen se me quedó grabada en la insistencia. Le pregunte a mi madre que era lo que ponía debajo de la lámina, a lo que ella me contesto que eran muchas palabras que formaban frases y que cuando tuviera la edad correspondiente ella me enseñaría a juntar palabras y así poder confeccionar y leer frases. Un día llegué a la casa con una caracola que había encontrado en la playa y mi madre me contó que poniéndosela en el oído se podían oír las frases y cantos que entonan los marineros en alta mar. Así, el año siguiente se convirtió para mí en una intensa búsqueda de caracolas para poder oír sus frases. Al principio solo encontré caracolas con rumor de mar o, si cabe, con alguna tormenta. Pero un día oí perfectamente una voz de auxilio. Así supe que era una frase y me encomendé a la ardua tarea de coleccionar todas aquellas caracolas que contuviesen frases. Las caracolas que contenían frases eran las menos, por lo que tenía una montaña de caracolas inservibles por su incontinencia de verbo, así que se me ocurrió la feliz idea de hacer hablar a mi madre una frase junto a una caracola y después taparla rápidamente para que se conservara la frase. De hecho, aun ahora, y al destaparla, puedo oír las frases de mi madre que tanta compañía me hicieron cuando la perdí por un empujón del viento cuando lavaba los cristales del faro. Quedó como un puntito allá abajo en las rocas.
Mi madre era maestra, ¿se lo he dicho?. Pues era muy instruida y leía libros enormes para el entonces yo.
Hizo un silencio prolongado y prosiguió.
-Durante muchos años conseguí hacerme con una muy buena colección de frases ya que venía mucha gente a ver a mamá y a papá. El médico, la guardia civil, el del gasoil, muchos veraneantes de paso... A todos ellos les iba pidiendo que dijeran una frase a la caracola que rápidamente tapaba yo y la depositaba en un cobertizo. Ahora están todas en muchas estanterías que tengo en mi casa y a todo aquel que llega le dejo oír algunas. No las de mi madre que esas son solo para mí, pero si las demás incluidas las frases de los marineros bien en clara euforia bien pidiendo auxilio. Por eso he venido al leer su anuncio.
Tras un tiempo de silencio, sacó una caracola abierta y me la acercó. Yo lógicamente enmudecí. Y quedamos así mirándonos, hasta que se hizo de noche, hasta que despertó el día, y en un momento de la mañana, él se levantó y dándome las gracias, se fue.

UNA LLAMADA AL LECTOR

Querido amigo:

Hace tiempo estuve en el río Nasdivia. Sí, ese río que tiene, seguro, un nombre distinto para cada uno, ya que se encuentra ubicado en los entresijos de la capacidad de necesidad de cada uno.
Dado que este medio posee una formación magnifica, y seguro que en algún momento alguno de vosotros, raros lectores, habéis estado en el Nasdivia, os pido que si habéis encontrado alguno de vosotros, algún folio escrito sobre algún personaje definido me los hagas llegar, para que de esa manera pueda, podamos, entre todos los paseantes del Nasdivia (que de seguro a partir de este momento seremos miles, pues son miles los que se acercan al río) recomponer la visita de este raro espécimen a nuestro mundo.
Caminando por la rivera del río Nasdivia encontré unos cuantos folios diseminados por todo el terreno, por lo que intuyo que alguna otra persona al pasear por las orillas del Nasdivia puede haberse encontrado otros. Sé que deben existir esos otros escritos perdidos porque en uno de los que he encontrado hace referencia al devoto y al distante.
Es posible que entre todos logremos recuperar todos los escritos y así hacernos una idea de qué se trata en realidad esto.

Uno de los folios encontrados está escrito en un idioma que no conozco a pesar de ser un reconocido políglota. Y ha sido esta capacidad para los idiomas lo que me ha hecho acercar una traducción lo más cercana a lo que pudiera ser la realidad. No estoy seguro de ello, pero no tengo más datos para su traducción. Este escrito parece ser una carta cuyo significado se le escapa a mi comprensión.

José Antonio Soria Estevan


PS: No creo que haga falta explicación alguna de los hechos anteriores a la descripción de los escritos, (me refiero al párrafo en cursiva) porque ellos mismos se van definiendo, diluyendo y conformando un tejido arácnido, si cabe, que algún día pudiera ser la Biblia de las nuevas generaciones.
Los espero con ansiedad.

Un saludo.
José Antonio Soria Estevan.
jsoriaestevan@yahoo.es